Ejercicio de nostalgia ochentero, otro más de los que tan en auge hoy en día se dedican a reivindicar una época añorada. En concreto, Turbo Kid se acuerda de las cintas más juveniles de aventuras con Los Bicivoladores a la cabeza, que todos los personajes se desplacen en bicis de cross es un claro indicativo de ello.
Está claro que la cinta despierta desde su inicio las simpatías y la complicidad de todos los que crecimos con estas películas de los 80. Se nos ambienta en un futuro post-apocalíptico ambientado en 1997, lo cual tiene bastante gracia, y nuestro protagonista es un joven huérfano solitario que se dedica a vender cachivaches que encuentra para conseguir agua. Un día conoce a una misteriosa chica que pondrá su vida del revés.
Acompañada de música de sintetizadores y con un gore explicito a base de chorros de sangre y desmembraciones muy vistosas de prótesis varias de latex, hay que reconocer que a pesar de tener encanto, este acaba diluyéndose en una trama muy poco trabajada y con sonrojantes escenas que dudamos si forman parte del homenaje o ya es ineptitud de su equipo de directores, aunque bien podría ser un poco de las dos cosas.
Pero bueno, nos puede más la nostalgia que la cuestionable calidad cinematográfica de Turbo Kid con lo que nos lo pasamos en grande y disfrutamos como unos enanos recordando épocas pasadas.