Netflix estrenaba este pasado viernes El Conde, el último trabajo de Pablo Larraín que partía de una curiosa e ingeniosa premisa, la de presentarnos al dictador chileno Augusto Pinochet como un vampiro que sigue vivo escondido en una mansión en ruinas al sur del continente. El hombre se encuentra hastiado de la vida y de la incomprensión que sufre, no soporta que lo tachen de ladrón, y decide que quiere morir de una vez.
Es cuando aparecen sus 5 hijos, unos inútiles que no han logrado nada en la vida y que tan solo vienen a ver si pueden rascar algo del dinero que suponen debe tener su padre escondido. También llega hasta allí una joven monja de incógnito a la cual los hermanos le han encargado buscar todo el dinero posible en los papeles que tiene el Conde, pero cuya misión secreta es exorcizar el mal y acabar con él. La presencia de la joven hará que vuelvan a crecer en el Conde las ganas de vivir.
El principio del film es genial, nos cuenta los orígenes del Conde de manera muy dinámica y luego lo vemos sobrevolando la ciudad con unos efectos visuales que nos recuerdan al primer Superman de Donner, el blanco y negro le sienta muy bien gracias una gran fotografía que es espectacular, y nos presenta a un personaje solitario y aislado, cansado de la vida y del desprecio de su pueblo. Nos muestra una caricatura de un dictador en su retiro y decadencia, con la llegada de unos hijos interesados y egoístas que tan solo piensan en sacarle todo el dinero posible.
Pero la película va de más a menos, con algún punto brillante de ironía en alguna conversación y sobre todo con ese personaje vestido con chándal y deportivas pero con abrigo de visón y caminando con un andador que resulta visualmente lamentable, pero echo de menos un punto más de mala leche y de crítica descarnada al que fue uno de los peores dictadores de la historia reciente. Si establecemos un paralelismo con Franco, dictador que en España tenemos mucho más presente, me hubiera gustado se le hubiera metido más caña.
Luego está el personaje de la monja cuyo desarrollo no me acaba de convencer, a pesar de que nos regala algunos de los momentos más inspirados del film en esas entrevistas personales que realiza a los hermanos, supuestamente viene preparada para acabar con el Conde y acaba cayendo en sus garras. Al final, se corre el peligro de crear una versión del dictador demasiado entrañable o de despertar un sentimiento de pena sobre su persona que no debería darse.
El Conde es un original y arriesgada propuesta, más cuando se ha rodado en blanco y negro, que como ya he dicho me parece precioso y visualmente una maravilla, pero es verdad que no acaba de encontrar su tono entre el fantástico, el terror, el drama familiar y la contundente crítica satírica que es realmente lo que más nos interesaba. Su final sorpresa consigue remontar un poco el vuelo, pero también acaba siendo demasiado condescendiente con el dictador.